Estaba yo inclinada en la esterilla, subiendo y bajando muy despacio. Notando cómo los abdominales se contraían y empezaban a doler cuando le vi pasar. Él no me miraba. No me veía. Pude ver que la musculatura de sus brazos habían aumentado con el tiempo. Mientras colocaba la máquina para hacer lumbares las venas de su brazo se hinchaban. Y yo ya empezaba a sentir lo que haría esa noche.
Cuando conseguí volver a lo que estaba haciendo le volví a ver. Cruzando la sala para irse directo a la elíptica. De repente me sonrió. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Él estaba tranquilo, en su salsa. A su bola. Había muchos chicos en la sala escribiendo por el móvil, con sus parejas y amigas... Pero él estaba concentrado. Tanto que se olvidaba de todo lo demás. Y eso era lo que tanto me gustaba. Su poder de concentración. Su facilidad para sentir dolor en su cuerpo, para sufrir con cada movimiento. Su motivación era lo que me fascinaba. Su capacidad para madrugar, para no parar y para seguir dos horas como si nada.
Al terminar fui hasta la elíptica y le susurré algo al oído. Su espalda sudorosa me recordaba que la noche anterior había dejado algo pendiente. Aquello parecía una discoteca. Sin más le dí la espalda y me fui a cambiar. Le esperaría en casa.
Capitulo 2: Ese calor no es culpa del vapor
Al terminar fui hasta la elíptica y le susurré algo al oído. Su espalda sudorosa me recordaba que la noche anterior había dejado algo pendiente. Aquello parecía una discoteca. Sin más le dí la espalda y me fui a cambiar. Le esperaría en casa.
Capitulo 2: Ese calor no es culpa del vapor
