Fantasmas en Paris

mayo 10, 2010

Bryan era un chico normal, de los de hoy. Moreno, con el pelo engominado y un pendiente en la oreja derecha. Un chico al que no le gustaba estudiar y que pasaba todos los recreos castigado en la biblioteca. Las horas que no estaba en clase jugaba en casa de alguno de sus amigos a la Wii o a la Nintendo. Las noches, sin dormir apenas, se entretenía hablando por Messenger. Pero cuando volvió a su casa tras pasar sus vacaciones de verano en Torrevieja todo era distinto.

Una mañana como tantas otras, mientras estaba desayunando se dio cuenta de que las cosas en casa habían cambiado. La noche anterior su madre había llegado de trabajar muy tarde y su padrastro llegaba en ese momento. No salió una palabra de ninguno de los dos. Ni su madre ni su padrastro se dirigieron tan siquiera una mirada. Siguió desayunando como si no se hubiese dado cuenta de nada subió a su habitación. Estuvo chateando con sus amigos por Messenger recordando los días en la playa.



Su madre entró por la puerta y le dijo que apagara el ordenador. Tenían que hablar. Habían despedido a Juan Carlos, su padrastro, del banco donde llevaba quince años trabajando, y con la pensión de viudedad de su madre no les daba para mucho. Debían dos meses del alquiler del piso y la nevera empezaba a quedarse vacía. Habían tomado la decisión de irse de España y probar suerte en la ciudad de Juan Carlos, Paris.


Las preguntas se le amontonaban en la cabeza y no sabía por dónde empezar. Él estaba bien en Madrid. No quería empezar, quería seguir. Seguir con sus amigos, no quería dejar el colegio. Le había costado hacer nuevos amigos desde que llegó de Galve de Sorbe, dos años antes. Iba a ser su último año en ese colegio antes de ir al Instituto.

-Pero yo no sé hablar francés.
-Por eso no te preocupes, ya aprenderás. Es muy parecido al español.

Su madre intentaba convencerle de que era lo mejor para todos pero también sabía lo que costaba a su hijo adaptarse a situaciones nuevas.

Sólo le quedaba una semana en Madrid para despedirse de todos sus amigos y allí no había nadie. Todos estaban de vacaciones. El día antes de marcharse no había podido dormir. De ahí, que se quedara dormido mientras esperaban a que el vuelo saliera. Le despertó su padrastro. Era hora de irse. Durante el vuelo ninguno habló más que lo necesario. Sabían que se dejaban demasiado.


Tras una hora de viaje llegaron al aeropuerto francés. Todo era extraño para Bryan, quien entre el cansancio y la tristeza sentía que ese no era su lugar. Había mucha gente y hablaban en otra lengua que le resultaba aún raro para sus oídos. Cogieron un taxi para llegar a la casa que habían alquilado.
Era un apartamento con un cuarto de baño y dos habitaciones. La cocina y el salón eran el mismo. El olor a cadáver de la última persona que había estado viviendo allí aún se podía respirar en esas paredes. ¿Cómo era posible que su madre le hubiera llevado a aquel sitio?, pensaba mientras dejaba las maletas en su habitación. Al sentarse en la que sería su cama a partir de entonces por poco se le cae encima un trozo del techo. La habitación estaba fría. Echaría de menos la calefacción de su casa. Se estaba tan calentito…


Los primeros días que pasaron en París Juan Carlos le enseñó la ciudad mientras buscaban un colegio para el chico y un trabajo, tanto para su madre como él. Su madre acabó encontrando un trabajo cuidando a dos niños franceses durante cinco días a la semana pero Juan Carlos seguía sin trabajo. Unos días antes estuvieron practicando francés para que Bryan empezara a manejarse solo en clase, pues le quedaba una semana para empezar.

El primer día que fue al colegio, se le acercó un niño y le dijo que tuviera cuidado porque la casa donde vivía era especial. Bryan se preguntó qué tendría de especial, si sólo era una casa vieja. Así que le preguntó por la casa.

-Mi papá me contó que hace unos diez años vivía una señora mayor, muy mayor. Tendría… como unos ochenta y cinco años. – Le hablaba muy bajito porque a nadie le gustaba hablar de esa casa.

-¿Por qué hablas tan bajito? Casi no te oigo

-Es que.. en esa casa siempre han pasado cosas raras. Antes de que vinierais todas las noches había una luz pero no vivía nadie. Dicen… que…- A Abel empezaba a temblarle la voz. –No puedo decirte nada más.

-¿Dicen qué? ¿Que hay fantasmas?

Asustado, Abel, asintió con la cabeza.

-Eso dicen… y que la mujer….

-Va, eso son historias de mayores para que los niños no entren en casa de nadie. Son mentiras. Los fantasmas no existen y si no…

-¿Si no qué?- Preguntó Abel a Bryan

-Si no, vente a mi casa esta noche. Verás cómo no pasa nada. Estoy en casa solo.

-No sé… mis padres no me van a dejar ir a esa casa.

-¿No serás un gallina? –Preguntó mientras hacía los gestos de una gallina.

-Bueno vale. Allí estaré.

A las ocho llegó Abel a casa. Cenaron una tortilla que le había hecho su madre antes de irse a trabajar. Estaban en su habitación jugando a la Wii cuando Abel escuchó un fuerte ruido.

-¿Has oído eso? ¿Ves cómo tenía razón? Aquí hay alguien.

-El qué. ¿Esto?- Contestó Bryan mientras realizaba el mismo ruido.-He sido yo dando un golpe en el suelo.- Respondió mientras se reía.

-Pues no tiene ninguna gracia.

Pero no transcurrió ni un minuto cuando unas pisadas empezaron a oírse.

-He dicho que no tiene gracia.- repitió Abel enfadado y asustado al mismo tiempo.
-Esta vez no he sido yo

Bryan empezaba a tener miedo. Quizás su nuevo amigo tenía razón, pensó mientras se levantaba a buscar la luz de su habitación.

-¿Pero quieres encender la luz de una vez?

-Es que nos hemos quedado sin luz.

-¿Qué? Esto es cosa del fantasma. ¿Lo ves? Si es que los españoles no os creéis nada.

Mientras iba a buscar su linterna el fantasma se apareció en la habitación.

-¿Bryan? ¿Bryan?- A Abel le temblaba la voz cada vez más pues el fantasma de la mujer se estaba acercando a ellos.

Pero Bryan no le oía. Estaba buscando la linterna. Cuando la encontró, se giró para decirle a Abel que ya la tenía pero se encontró de cara con el fantasma. Del susto, ni siquiera pudo pegar un grito. Se había quedado sin voz. Pero eso no era lo peor, sino la mirada de loca del fantasma. Del susto se le había caído la linterna y si no llega a ser por su amigo habría tardado un buen rato en moverse. Bryan acabó dándole la razón. Esa casa estaba encantada. ¿Pero cómo era posible? Su madre le había dicho muchas veces que eran imaginaciones suyas. Pero no, esta vez lo había visto.

-¿Te has fijado? Era una chica joven. Yo creí que era una persona mayor.

-Puede que en esta casa haya más muertos de los que creemos.

Mientras Abel dormía Bryan intentaba pensar por qué la chica estaba en esa casa. Pero no se le ocurría. Pensó en las películas que había visto. Normalmente son asuntos que no han terminado pero ella iba cubierta toda de negro, parecía que iba de luto. Además ese peinado a lo años 40, 50 y sus ojos le resultaban conocidos.

Buscando en el álbum viejo de fotografías encontró la que él recordaba. Era una fotografía de una de sus bisabuelas. Y aunque sabía quién era no sabía qué tenía que ver ella con esa casa. De repente algo extraño volvió a pasar. La luz de la cocina se encendió, la ventana de la habitación se abrió de golpe y Abel salió disparado de la cama. Asustados intentaron salir de la casa pero la puerta estaba cerrada. Ambos sintieron un escalofrío. Se miraron y cuando quisieron subir, la respiración se les paró. De nuevo tenían ante sus ojos a la mujer.

Bryan pudo confirmar que era su bisabuela. Se llamaba Sara Anabel y había viajado desde Brasil hasta Paris hacía mucho tiempo. Al igual que él se tuvo que marchar cuando era una niña porque sus padres no encontraban trabajo. Con veinte años conoció a un chico, pero tuvo que marcharse a la guerra. Ella le estaba esperando... Mientras les contaba su historia apareció otro fantasma. Era rubio y aparentaba la misma edad que Sara Anabel.

-¿Cómo has podido esperarme tanto tiempo?

Los tres se quedaron sorprendidos de lo que estaban viendo. Abel y Bryan con la boca abierta tuvieron que pellizcarse el uno al otro para saber que estaba pasando. Sara Anabel no podía creer lo que estaba viendo. Los dos se habían estado esperando en la misma casa pero nunca se habían visto. Les dieron las gracias a los chicos y se desvanecieron en el aire.

Todo parecía haber vuelto a la normalidad. De nuevo, subieron a la habitación pero la noche no había acabado. Una vez allí estaban tan cansados que se metieron los dos en la cama sin decirse nada.
Una hora más tarde cuando Bryan se giró para cambiar de postura en la cama se quedó paralizado. No podía mover su cuerpo. ¿Qué le estaba pasando? Sentía que estaba atado pero no veía ninguna cuerda que lo sujetase. Al abrir los ojos pudo ver el rostro envejecido de una señora mayor. Pero pronto desapareció. Vio que su amigo estaba despierto.

-¿Hueles eso, Bryan?- Los dos olían a quemado. Venía de la cocina pero allí nada se estaba quemando.

-Bueno vámonos a dormir. Aquí ya no hay nada. Lo habremos soñado.-Bryan se había dado la vuelta y no podía ver lo que estaba pasando.

-Pero… Bryan, no podemos irnos, mira. El fantasma de la abuela se está quemando. Hay que hacer algo.
-¿Pero qué podemos hacer nosotros? Además, como tú has dicho, es un fantasma ya está muerto. Vámonos, estoy cansado.

Bryan subía las escaleras para ir a su habitación pero Abel se había quedado en la cocina. Sentía que se mareaba. Se estaba asfixiando con el humo del incendio. No podía salir de la habitación. Atado de pies y manos por una cuerda que no podía ver cada vez se sentía más y más cansado. Apenas oía la voz de Bryan que le llamaba para que los dos subieran a dormir.

Media hora después Bryan volvió a bajar a la cocina a por algo de beber y se encontró con Abel tendido en el suelo.

En ese momento llegó la policía. Los vecinos habían alertado de que algo estaba pasando en esa casa. Brean desapareció de la cocina, aunque se quedó escondido detrás de la puerta. El jefe de policía de la ciudad había llamado a una ambulancia. Nada más ver el cuerpo del chico supieron que estaba muerto. Se llevaron el cadáver aún caliente, con las marcas de las cuerdas en manos y pies y marcas de quemadura.

Bryan se había quedado solo en una casa llena de fantasmas. Llamó a gritos a la señora mayor. Esta resultó ser la abuela de Abel, que había sido asesinada por el abuelo en las mismas circunstancias. Lo había por venganza. Como no podía matar al que había sido su marido durante 10 años porque hacía dos meses que se había muerto, mató al nieto.

Después de aquella conversación llegaron los padres de Brean. Entraron en casa y parecía que no había pasado nada durante aquella noche.

-¿Qué tal has pasado la noche?- le preguntaba su madre mientras le daba dos besos.

-Bien- decidió que no les contaría nada de lo ocurrido para no asustarles. Además, no le creerían.





Publicado en Bubok

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